miércoles, 19 de marzo de 2014

Pudor (David Ulloa y Tristán Ulloa, 2007)

Una vez más ‘Versión española’ me ha seducido con la proyección de otra estupenda película española, ‘Pudor’, dirigida por los hermanos David y Tristán Ulloa y basada en la novela homónima de Santiago Roncagliolo. Se trata de un retrato intimista sobre la soledad y la incomunicación en el seno de (algunas) familias cuya atmósfera opresiva me recordó la más reciente ‘La herida’ (Fernando Franco, 2013).


Cada uno de los personajes está minuciosamente perfilado: el marido y padre de familia que asume de golpe que le quedan seis meses de vida y siente que sólo ha vivido a medias, la mujer frustrada que intenta evadirse de sus responsabilidades como madre, esposa e hija a base de fantasías eróticas, la hija adolescente que navega un poco a la deriva a través de la difícil etapa de la pubertad sin herramientas que la ayuden a asumir que le gustan las chicas más que los chicos,
el abuelo que se resiste a vivir lo poco que le quede en un ambiente familiar enrarecido y carente de luz donde si algo tiene claro es que sobra, o el hijo pequeño que vive en su propio mundo de seres invisibles, pero que todo lo ve y a quien nada se le escapa. También está la familia amiga que pasa por sus propios momentos de zozobra y que contribuye a aumentar el clima de desasosiego que se respira durante todo el largometraje. Particularmente logradas me parecen las interpretaciones de Elvira Mínguez (Julia, la madre, por la que fue galardonada con el premio a la mejor actriz en el Festival de cine de Málaga), Nancho Novo (Alfredo, el padre) y Natalia Rodríguez (Marisa, la hija). Los tres personajes principales están en un estado permanente de congoja, al borde de la depresión, cada uno absorbido por su propia negatividad y el pudor que sienten ante la imposibilidad de verbalizar sus sentimientos (amor, tristeza, miedo, vergüenza) y deseos más profundos.


Un drama familiar en toda regla, realista pero no pesimista, muy digno de ser visto y analizado, una obra que nos puede servir para reflexionar sobre las barreras afectivas auto-impuestas que a menudo nos impiden ser nosotros mismos con nuestros seres más queridos. 

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