lunes, 10 de febrero de 2014

Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961)

SPLENDOR IN THE GRASS (Elia Kazan, 1961)

Esta tarde de domingo tenía ganas de dramón, de los de antes, en Technicolor. Elijo 'Esplendor en la hierba', de Elia Kazan, con una bellísima Natalie Wood de aspecto quebradizo y un más que guapo Warren Beatty, con aspecto de macho alfa triunfador pero en definitiva un alma sensible de emociones continuamente contenidas y resignado, a su pesar, a seguir el camino supuestamente exitoso que su ambicioso padre ha trazado de antemano para él. Las expectativas depositadas en él le pesan como una losa. Y las pulsiones sexuales reprimidas, explícitamente veladas en todo momento, desde la primera escena de la película y presentes en todo momento (estamos en Kansas, la América profunda y en 1928...), le corroen por dentro.


A pesar de que me fascina Natalie como actriz, sin duda porque la recordaremos eternamente radiante y porque no deja de ser un mito tanto por su fotogénica belleza en la pantalla como por su malogrado final en la vida real, su interpretación en esta película no deja de parecerme algo... plana. No sé, después de muchos años de no haber visto la película creía recordarla en un papel más... ¿visceral?. Tal vez soy injusto y su rostro de no haber roto nunca un plato pero de mirada intensa se mantiene estudiadamente inexpresivo durante gran parte de la película precisamente porque se esfuerza por esconder en todo momento la fragilidad emocional de Deanny, la hija perfecta, decente y bien portada, absolutamente sometida y entregada al amor que siente por su idolatrado Bud. En realidad, como cualquier chica de su edad, un volcán de sensaciones reprimidas hierve en su interior. Vamos, una bomba de relojería que tarde o temprano tiene que explotar.

Me encanta el personaje secundario (pero clave) de Ginny, la hermana díscola de Bud, que en todo momento desafía la hipócrita sociedad americana de la época, inmersa en la euforia especulativa que precede la Gran Depresión. Con la Ley Seca en plena vigencia, a la frívola Ginny la vemos siempre con un güisqui en la mano (o intentando conseguirlo), porque no soporta el encorsetado papel de chica buena que pretenden imponerle y seguramente ahoga en el alcohol la tristeza que le causa el desprecio de su padre y una vocación artística frustrada. En la escena en la que ella le propina una bofetada a su hermano cuando éste, empujado por el despótico padre de ambos, intenta disuadirla de que salga en compañía de un hombre casado, Ginny le espeta estas proféticas palabras: "tú siempre haces lo que dice papá. Algún día comprenderás tu error". Sin embargo, se supone que la que termina trágicamente es ella, muerta en accidente de coche (nos enteramos hacia el final, cuando los Stamper "ya no son nadie" en el pueblo) y de hecho, en la última escena en la que ella aparece, la vemos huir de la fiesta de año nuevo, ebria, con el honor mancillado, confundida, incomprendida, al volante de un coche, símbolo de su independencia. Crónica de la muerte anunciada de una pobre niña rica alocada y rebelde con causa que lo único que quería era vivir su propia vida, rompiendo con el molde de chica 'decente' y reprimida que se suponía que debía ser para ser respetada en la sociedad machista de la época y poder contraer matrimonio, imagen que contrasta con la novia casta y angelical de su hermano. Pero visto cómo, tan solo dos años después, discurren las vidas de Bud y Deanny, que parecen terminar conformándose con la mediocridad de unas segundas opciones que a todas luces no les hacen vibrar, quizás debamos interpretar que al menos Ginny vivió intensamente su vida asumiendo sus actos hasta las últimas consecuencias, haciendo caso omiso de las amenazas de su padre y los tímidos reproches de una madre abnegada y relegada siempre a un segundo plano.

La escena final es tan magistral como sencilla: Deanny, radiante en su vestido blanco, se aleja definitivamente hacia un nuevo destino que ella no ha escogido, un matrimonio con un médico de Cincinnati, un buen chico, frágil como ella, al que conoce en el sanatorio y con el que seguramente le une más amistad y compañerismo que un verdadero amor. La expresión de su rostro vuelve a ser contenido, cargado de una infinita nostalgia, pero sereno. Acaba de decir adiós para siempre a Bud, que tampoco tomó las riendas de su destino y ahora vive humildemente y en aparente armonía, pero sin pasión, en compañía de Angélica, la camarera italiana que le ofreció cariño y consuelo en sus horas más oscuras. Antes de despedirse, Bud siente la imperiosa necesidad de confesarle que jamás ha dejado de pensar en ella, pero ambos saben que ya nada podrá volver a ser como antes, el tren hace tiempo que pasó de largo. Sin volver la vista atrás, Dennie recuerda metafóricamente su época más feliz, cuando estudiaba en el instituto y ella solo tenía ojos para él. Al fin comprende plenamente aquellos versos cargados de significado de William Wordsworth, del poema 'Oda a la inmortalidad', que resumen todo el argumento de la película:

Aunque ya nada pueda devolver
la hora del esplendor en la hierba,
de la gloria en las flores,
no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo

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