jueves, 9 de octubre de 2014

Un hombre llamado Flor de Otoño (Pedro Olea, 1978)

Una vez más, Versión Española me ha hecho descubrir una de esas joyas imprescindibles del cine español, 'Un hombre llamado Flor de Otoño', rodada en plena transición democrática y en muchos sentidos sin duda precursora e inspiración de otras películas de temática LGBT que fueron surgiendo del renacer reivindicativo y libertario de un movimiento sociocultural cuya cabeza más visible fue quizás la llamada Movida Madrileña... (sigue)

No es casualidad que el mismísimo Pedro Almodóvar interprete aquí un pequeño papel (Lola Nicaragua, la reina de la Banana) y de hecho creo ver en algunas de sus posteriores películas como director varias referencias al personaje de Lluís de Serracant/Flor de Otoño, encarnado por un espléndido José Sacristán que muestra un amplio abanico de registros: insolente, aburguesado, revolucionario, vulgar  y, finalmente, digno y apasionado. Por ejemplo, si Lluís de Serracant es un abogado de sindicalistas catalán durante el día y de noche se traviste para convertirse en cabaretera de picantes números musicales en el 'Bataclan', en 'Tacones Lejanos' el personaje de Miguel Bosé,
un madrileño juez con barba y gafas oscuras, aparentemente muy serio y masculino durante el día y que de noche se convierte en un transformista de generosas curvas, Femme Letal, es un claro guiño al film de Olea. La historia de 'Un hombre llamado Flor de Otoño' transcurre durante la década de los años 1920 y la de 'Tacones Lejanos' da la bienvenida a la de 1990, pero en ambas películas, la Madre, con mayúscula, juega un papel omnipresente en la vida de su hijo, si bien desde perspectivas muy diferentes: Mayrata O'Wisiedo encarna a una caricaturizada madre apoltronada, obsesionada con el mundo del corazón y completamente dependiente de su hijo.
En cambio, Carmen Carbonell  es la viva imagen de la madre entregada que vive por y para su hijo. La escena en la que Lluís/Flor de Otoño decide (consciente del peligro que corre su vida a medida que avanza su plan de atentar contra el dictador Primo de Rivera) desvelarle a su madre la identidad de su alter ego es, sino la mejor de la película, sí la más profunda y rica en matices por su elevada carga emocional. En ella, la madre aparece a la vez frágil y fuerte, comprensiva y serena, sin duda resignada al destino que le ha tocado vivir, y no puedo dejar de preguntarme si su conmovedora interpretación no está relacionada con la muerte de su propio y único hijo, Jorge Vico, que falleció por esas fechas a la edad de 42 años. Ante la confesión apenas velada de Lluís, desde el pudor pero sobre todo desde un infinito amor por quien da sentido a su vida, ella finge no conocer los anhelos más íntimos y la vida secreta de ese su único vástago. En ese sentido, el gesto de la anciana a la hora de despedirse en la celda es, cuanto menos, turbador. A su manera, no deja de ser un acto de rebeldía e inconmensurable generosidad: ahora que todo está perdido, ya no hay pudor, sino sólo el infinito e incondicional cariño de una Madre. Y es que al aparecer los créditos, el espectador queda doble o triplemente huérfano, ante la duda de saber si la locura no es finalmente la única vía de escape posible para soportar tanto dolor.


Pero volvamos al lado más cómico e irreverente de la película, porque las referencias al homenaje almodovariano hacia el film de Olea no acaban ahí. Una réplica de Flor de Otoño al terminar una de sus actuaciones "¿Qué culpa tengo yo de volver locos a los hombres...?" se parece mucho a la de Verónica Forqué, la entrañable prostituta Cristal en '¿Qué he hecho yo para merecer esto?' (1984), cuando suelta aquello de "...Yo entiendo que todas no podáis tener un cuerpo como el mío, que vuelve locos a los hombres, pero es que las feas también podríais tener un poquito de consideración...". En 'La ley del deseo' (1987), la escena en la que la policía acude al domicilio de Antonio (Antonio Banderas), porque sospechan de él por homicidio, también guarda ciertas similitudes con otra de la película de Olea, en la que la policía también llama a la puerta del domicilio familiar porque buscan a Lluís por otro delito. En ambas escenas es la Madre quien recibe a la policía e intenta distraerlos...

Por otro lado, la relación entre Lluís y Ricard, teniendo en cuenta de que se trata de los años 20, o sea, antes de la proclamación de la II República, es un ejemplo de relación sincera y abierta que en nada se diferencia de algunas relaciones de hoy en día (¿más homosexuales que heterosexuales?) y que van más allá de la fidelidad carnal. La inquebrantable lealtad entre los dos hombres, que los arrastra hasta las últimas consecuencias, se hace patente sobre todo en esa emotiva escena final en la que salen abrazados, proclamando en silencio pero con orgullo el amor verdadero que los une. Tratándose de una película filmada en 1977-78, en una incipiente pero fragilísima democracia, puedo imaginarme la fuerza simbólica que debió de tener aquel último y largo beso para tantas personas del colectivo español LGBT que llevaban luchando desde hacía décadas por el justo reconocimiento de sus derechos y que tanto tardaría aún en llegar...

Para acabar y si os ha gustado la combinación de la temática transgénero y la lucha armada por la consecución de un ideal a cualquier precio, me gustaría abrir una ventana a otras dos interesantes e intensas películas con las que un mismo director, Neil Jordan, explora con gran sensibilidad la complejidad de la identidad sexual del ser humano: 'The crying game' (1992) y 'Desayuno en Plutón' (2005). ¡Espero vuestros comentarios!

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