La voz dormida (Benito Zambrano, 2011)
Cuando me enteré la semana pasada de que el sábado por la noche iban a dar por la 1 ‘La voz dormida’, casi me da un vuelco el corazón. Sí, soy así de exagerado a veces. Desde que se estrenó en España (en Andorra, de donde soy y donde vivo ahora, juraría que no llegaron a proyectarla, como desgraciadamente sucede con gran parte del cine español, a menos que la película prometa ser muy taquillera o se trate de un director ya consagrado, claro está) este film sobre la inmediata posguerra basada en la novela homónima de Dulce Chacón ocupaba un lugar privilegiado en mi siempre interminable lista de películas pendientes de ver. Varios son los motivos.
El primero es que retrata una época de la historia española que, por más que la hayamos visto ya reflejada en otras decenas de cintas, es un tema que nunca deja de interesarme, también por diversas razones. Mi familia paterna era muy republicana, de Valencia concretamente, y cuenta la leyenda familiar que incluso mi tatarabuelo José Canut García era amigo e incluso fue secretario personal del escritor Vicente Blasco Ibáñez. De hecho, quizás sea casualidad, pero ambos tuvieron hijas a las que llamaron Libertad e hijos a quienes dieron el nombre de Sigfrido, deduzco que por su gusto compartido por las óperas de tintes épicos y revolucionarios de Wagner (eso sí, antes de que dicha música se asociara, desafortunadamente, a Hitler y al movimiento nazi). Otro de los hijos de mi ancestro se llamó Dantón, así que no creo que pueda albergarse duda alguna acerca de la ideología política del abuelo de mi abuelo Leonardo, que perdió a su hermano mayor durante la batalla del Duero. Era piloto de un avión Delfín y no tenía 21 años, y aún guardo una insignia que en algún momento debió estar cosida en la solapa de su cazadora. Mi padre, Octavio, lleva su nombre. En fin, que aunque el conflicto de 1936-39 cambiara para siempre el destino de tantas y tantas familias, entre ellas la mía, y que a estas alturas me queda claro que se cometieron crímenes atroces en ambos bandos, como bien le dice la Tensi a Mercedes, la carcelera buena, justo antes de ser ejecutada “nosotros no empezamos la guerra. Esta guerra no tenía que haber ocurrido.” Y punto.
El primero es que retrata una época de la historia española que, por más que la hayamos visto ya reflejada en otras decenas de cintas, es un tema que nunca deja de interesarme, también por diversas razones. Mi familia paterna era muy republicana, de Valencia concretamente, y cuenta la leyenda familiar que incluso mi tatarabuelo José Canut García era amigo e incluso fue secretario personal del escritor Vicente Blasco Ibáñez. De hecho, quizás sea casualidad, pero ambos tuvieron hijas a las que llamaron Libertad e hijos a quienes dieron el nombre de Sigfrido, deduzco que por su gusto compartido por las óperas de tintes épicos y revolucionarios de Wagner (eso sí, antes de que dicha música se asociara, desafortunadamente, a Hitler y al movimiento nazi). Otro de los hijos de mi ancestro se llamó Dantón, así que no creo que pueda albergarse duda alguna acerca de la ideología política del abuelo de mi abuelo Leonardo, que perdió a su hermano mayor durante la batalla del Duero. Era piloto de un avión Delfín y no tenía 21 años, y aún guardo una insignia que en algún momento debió estar cosida en la solapa de su cazadora. Mi padre, Octavio, lleva su nombre. En fin, que aunque el conflicto de 1936-39 cambiara para siempre el destino de tantas y tantas familias, entre ellas la mía, y que a estas alturas me queda claro que se cometieron crímenes atroces en ambos bandos, como bien le dice la Tensi a Mercedes, la carcelera buena, justo antes de ser ejecutada “nosotros no empezamos la guerra. Esta guerra no tenía que haber ocurrido.” Y punto.
Sin ser ningún experto en cine, sino más bien un depredador de cine empedernido, he de decir que las interpretaciones de Inma Cuesta y María León me parecen maravillosas, vibrantes e intensísimas, estupendamente arropadas por el resto del elenco de actrices y actores de la película, en particular las compañeras de cautiverio. Y también está el personaje de doña Celia. Me pasó algo curioso con ella: desde la primera escena en la que aparece pensé: “¡pero si es Nora Navas!” (soberbia con su aspecto desaliñado en ‘Pa negre’), aunque un poco más mayor de lo habitual… La voz tampoco me cuadraba y aún así me llevé una sorpresa cuando, revisando el reparto, vi que Nora no participó en esta película. ¡Y todavía no he logrado averiguar quién interpreta a doña Celia, así que si alguien lee esto y lo sabe, agradeceré que me saque de dudas. De hecho, Nora Navas y esta otra actriz se parecen tanto que algún director/a debería considerar caracterizarlas como hermanas o como madre e hija en alguna próxima película. Serían mucho más creíble su parentesco que el de Tensi y Pepi, la verdad. Aunque el cariño que se profesan estas hermanas se convierte en un calor tan cercano (gracias Maruja Torres, por aquella preciosa novela tuya) y palpable que uno, como espectador, se olvida por completo de que no se parecen absolutamente en nada, salvo en su acento andaluz. Y puestos a hablar de actrices que no me hubiera importado ver en esta preciosa película, y más tratándose de un trabajo de Benito Zambrano, estoy convencido de que Ana Fernández, sin desmerecer las interpretaciones de las actrices contratadas, habría bordado cualquiera de los papeles secundarios, ya que está claro que por edad no habría encajado como Tensi y menos aún como Pepi. Su papel de María, mujer arisca y desencantada con la vida en ‘Solas’ (1999), es inolvidable, al lado de otra gran María (Galiana), un tandem interpretativo con una química que volvieron a desplegar de manera magistral en el buenísimo telefilme ‘La Mari’ (2003, 2006).
He leído algunas críticas de ‘La voz dormida’ en las que se le reprocha a Benito Zambrano el excesivo componente dramático de la historia (tendría que leer la novela original para opinar), pero ¿qué cabe esperar de una película que narra la tristísima vida de unas mujeres condenadas a muerte en una cárcel española de la posguerra, en una época en la que las persecuciones y ejecuciones sumarias estaban a la orden del día? Es cierto que la mirada del director es muy maniquea y nada imparcial, pero no olvidemos que estamos a principios de la posguerra y que la dictadura de Franco fue una realidad que duró 35 largos años. Sin entrar a valorar dudosas ideologías y crímenes en ambos bandos, está claro que la historia de los vencidos de la guerra civil española siempre suscitará más empatía que la de los vencedores (en mi opinión, todo conflicto armado, al menos para los que afortunadamente no hemos vivido ninguno, conlleva un cierto componente romántico-existencial innegable difícil de verbalizar) y tampoco sabemos lo que hubiera sucedido en la inmediata posguerra si los vencidos hubieran sido los nacionales. Lo cierto, aunque confieso que a mí particularmente no me molesta, es que en ‘La voz dormida’ los personajes pertenecientes a dicho bando a menudo rozan la caricatura: el desalmado general, padre del médico-contable Fernando (en cuya casa Pepi trabaja como sirvienta), en la escena en la que muy a su pesar, y solo con afán de proteger a su hijo y la reputación de la familia, saca a Pepi de la cárcel, no sin antes demostrarle el más absoluto desprecio por no ser más que una criada y encima hermana de una roja condenada; la propia esposa de Fernando, que acepta a Pepi en su casa a regañadientes y que parece vivir amargada por el recuerdo de sus hermanos muertos a manos de los rojos (se la ve pintando un cuadro en la que aparecen un hombre y una mujer jóvenes ataviados con el uniforme falangista…); la celadora mala malísima y las monjas, desprovistas por completo de empatía y la más mínima compasión por las reclusas, con la endiablada madre superiora llevándose la palma de la crueldad más deshumanizada. Menos mal que está Mercedes, la celadora que fue maestra y la única capaz de demostrar un poco de compasión hacia Tensi y su recién nacida. Por cierto, y hablando de la notable Ana Wagener, quiero pensar que le dieron el Goya no tanto por este papel (el personaje en sí no tiene nada de especial, la verdad), sino porque se lo merecía mucho más por su papel de Dolores, la gitana rubia en ‘El patio de mi cárcel’ de Belén Macías. Aún no entiendo por qué la nominaron ese año (2009) en la categoría de ‘actriz revelación’, cuando por lo menos la habíamos visto ya en el cine, eso sí, con un pequeño papel, en ‘Azul oscuro casi negro’ (2006) de Daniel Sánchez Arévalo. Y claro, ante la apabullante caracterización de Nerea Camacho como la niña ‘Camino’, Ana no tuvo demasiadas opciones. Intríngulis de la Academia, supongo.
En definitiva, ‘La voz dormida’ me emocionó, disfrutando sobre todo, y aquí me repito, con las interpretaciones de las actrices. Me encantan las películas con personajes protagónicos femeninos, porque a mi modo de ver suelen ser más profundos y complejos, con más matices que los papeles masculinos. María León se come la cámara con esos ojos azules casi turquesa y creo que fue justo que ganara el Goya a la mejor actriz revelación (desconozco quiénes fueron el resto de nominadas en esa edición). Por su parte, Inma Cuesta demuestra que es un actrizón y bien podría haber ganado el Goya a la mejor actriz por su Tensi, porque aunque me gusta Elena Anaya, su personaje en ‘La piel que habito’ es perfectamente olvidable (precisamente por insustancial), y lo dice un auténtico fan de las películas (no todas) de Pedro Almodóvar.
Me han entrado muchas ganas de leer la novela de Dulce Chacón, quiero pensar que estaría orgullosa de esta adaptación cinematogáfica. Y aunque no sé bien cómo debo interpretar el título, 'La voz dormida' es nos recuerda que los límites de la mezquindad humana son infinitos, al igual que la fuerza del cariño, el valor y la dignidad.
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